LA DEPRESION ENFERMEDAD DE LOS MAESTROS

 

 

EL PAÍS domingo 5 de noviembre de 2000

Los maestros enferman en las aulas

El 80% de los profesores de centros públicos señala los
trastornos psicológicos como su mayor problema

LUCÍA ARGOS , Madrid

El maestro infalible ha muerto. El síndrome del maestro quemado que está
dejando vacantes las aulas de algunos países europeos también hace
mella en los docentes españoles, impotentes ante el nuevo perfil del
estudiante. Aunque no se refleje oficialmente en sus bajas laborales, el
estrés, la depresión y la ansiedad son los trastornos que los profesores
más relacionan con el ejercicio de su profesión. Padres y enseñantes
coinciden en que ha llegado la hora de replantear el papel de la escuela.

La escuela española incuba un mal que en países cercanos ya es una
epidemia. El maestro empieza a sentirse desbordado como fuente
de autoridad y de conocimientos frente a un alumno cada día más
desafiante. El resultado es que el 25% de los 600.000 profesores
de primaria y secundaria que hay en la enseñanza pública española
toma una baja oficial o circunstancial cada año, según el
estudio más completo que se ha hecho hasta ahora en España, elaborado por
Comisiones Obreras en 17.157 centros públicos no universitarios de todo el
Estado; apenas un 3% de éstas se justifica en el estrés. Pero los expertos saben
que son problemas asociados a este síndrome muchas de las dolencias de
garganta, digestivas o músculo-esqueléticas que padecen. Ocho de cada 10
docentes señalan los problemas psicológicos como el mayor riesgo de su
actividad.

Aún está recuperándose del trago un profesor de una escuela-taller del
Ayuntamiento de Madrid al que seis alumnos acorralaron en su despacho,
amenazaron con un palo y destrozaron sus pertenencias por haber expulsado de
clase a uno de ellos. El fiscal ha pedido esta semana dos años de cárcel para cada
uno de los seis jóvenes agresores. De la misma manera se recupera, despacio,
tras una baja laboral por depresión, una docente de secundaria madrileña que
resume en su relato el efecto de la gota malaya de la indisciplina en su autoestima:

«Hay clases en las que no existes. Antes podía haber un alumno conflictivo, o dos.
Ahora tienes a toda la clase en tu contra cuando tomas alguna medida. El año
pasado ya no pude más», relata desahogándose. «Cuando intentaba expulsar a un
chico, tranquilamente me decía que no, que no se iba. Y allí se quedaba sin que
yo pudiera hacer nada. Llamaba a su padre y la respuesta era siempre la misma:
‘Ojo, mi hijo es de notable y de sobresaliente. Tenga cuidado con lo que hace con
él’. A esto yo sólo podía contestarle que hablara con él y le explicara para qué se
viene al instituto».

Obligados hasta los 16
La tarea no es fácil, ni para el padre, ni para ella, reconoce esta profesora de
idiomas de 54 años. «¿Cómo convenzo yo a un niño de que aprenda inglés si me
dice que va a ser albañil y que viene a clase porque le obligan?». La falta de
motivación de algunos alumnos obligados por ley a estudiar hasta los 16 años es
un argumento constante entre los profesionales.

El estudio de CC OO revela que son las mujeres las más afectadas por las bajas
en el ámbito escolar. «Pero que a nadie le extrañe», apunta Blanca García,
miembro de la Asociación Española de Profesores de Secundaria. «No es que
seamos más frágiles. Es que con un tío cuadrado que les hace frente no se atreven
y con nosotras sí».

Las autoridades educativas dicen ser conscientes de esta situación. «Hay un
desajuste entre las demandas sociales y los apoyos que pide el profesorado. La
escuela da mucho de sí, pero se le está exigiendo demasiado», admite José Luis
Mira, director general de Educación, Formación Profesional e Innovación
Educativa. En aras de «mejorar la calidad de la enseñanza» y de «dignificar la
profesión docente», Mira recuerda que la ministra de Educación ya anunció un
plan de calidad «que podría estar listo a lo largo del próximo año».

Docentes y familias van más allá en el planteamiento del debate. Entienden que el
propio modelo educativo está a punto de sucumbir ante los cambios sociales. En
el Reino Unido apenas quedan profesores nativos; tienen que contratarlos en
Australia o Nueva Zelanda. En Holanda, algún centro se ha planteado reducir el
periodo lectivo semanal a cuatro días ante la ausencia de enseñantes. En España,
pocos tienen hoy la vocación de partirse el pecho por un alumno que llega a la
escuela sin apenas normas inculcadas en la familia, obligado por ley a estudiar
hasta los 16 años aunque no le interese, o en otros casos, con una conexión a
Internet en casa que le permite, si quiere, corregir a su profesor en plena clase. El
sueldo nunca fue una compensación como bien recoge el refranero.

Éstas son las circunstancias que descolocan hoy a los enseñantes, coinciden ellos
en señalar. El cansancio y la pérdida de autoridad lleva a muchos a la consulta del
psiquiatra. Sin ir tan lejos, acusan un tipo de estrés que ya ha sido bautizado en
todo el mundo como el síndrome del burn out, o del maestro quemado,
caracterizado por un cansancio físico y psicológico que les dificulta desempeñar
su tarea.

Tras 24 años de ejercicio, una profesora de 57 años compara su baja por
depresión con el de un caído en combate: «Como yo, muchos maestros se van
quedando en el camino», dice. «No podía conseguir que aquello pareciera una
clase. Tenía que ponerme rígida como un sargento y hacer un esfuerzo
sobrehumano para que me escucharan».

La crisis comenzó cuando empezó a trabajar en un colegio de la localidad
barcelonesa de Hospitalet, con un tipo de alumnos procedentes de un medio
social conflictivo. El primer indicio de que algo andaba mal fue la sensación de
profunda ansiedad, cansancio físico y nerviosismo. «No podía dominar la situación
ni a los alumnos. En algunas clases de tercero y cuarto de la ESO (enseñanza
secundaria obligatoria) hay chavales que tienen dificultad para leer y escribir; otros
que rechazan la idea de estudiar y no tienen hábitos de estudio. Si en un aula
coincide una mayoría de alumnos que no está motivada, la clase se transforma en
una pantomima».

Matonismo
En el colegio donde ejerce esta docente hubo ocho bajas laborales por estrés en
un año, cuenta una de sus colegas, profesora de Arte. «He visto a chicos que
tratan a sus profesores como estúpidos o payasos, o que lanzan sillas por las
ventanas. Algunos chavales se niegan a trabajar. Ya nadie quiere ser profesor.
Ésta es una profesión muy desprestigiada», lamenta.
El conflicto, al parecer, se registra a todos los niveles educativos, públicos y
privados; si bien, más acusadamente, en la enseñanza secundaria. «Las causas hay
que buscarlas desde la masificación de los institutos hasta en las características de
la propia adolescencia», señala Rafael Villanueva, psicopedagogo y uno de los
autores del estudio de CC OO. Pero recalca que «uno de los problemas más
claros es que hoy se dan unas condiciones sociofamiliares que no propician el
esfuerzo mínimo». Y se explica: «Los padres no tienen ni tiempo ni posibilidades
de ejercer la capacidad educativa. Como consecuencia, los chicos y las chicas no
tienen normas, llegan a la escuela sin normas. No decimos que la familia sea ahora
peor; sólo que el trabajo educativo es más complicado», sostiene Villanueva.

Al desinterés por el estudio se une, cuenta el psicopedagogo, un culto al
«matonismo», una intimidación entre alumnos, hasta hace poco impensable en
España a menos que fuera como un espectáculo televisivo importado. El defensor
del Menor de la Comunidad de Madrid, Javier Urra, acaba de solicitar a la
Consejería de Educación que frene las extorsiones que sufren algunos alumnos
por parte de sus compañeros tras haber recibido varias denuncias al respecto.

Que en los colegios falta disciplina lo acaban de reconocer hasta los estudiantes
en la encuesta reciente del Instituto de Evaluación y Asesoramiento Educativo

(Idea).
A Villanueva le viene a la memoria un trabajo de la Universidad de Comillas en el
que una de las cosas que pedían los estudiantes era que el profesor reconociera
sus equivocaciones. Se acabó el sistema rígido vertical de transmisión de
conocimientos. Los nuevos sistemas de información lo han dinamitado. «Quizá
deberíamos replantear la docencia», reflexiona. «Recuperar la figura del profesor
como un modelo para entender la vida, insistir en un planteamiento educativo más
que como enseñante. Un educador, sobre todo, de la convivencia».

¿Cuál debe ser el papel de la escuela?
Los padres se sienten tan víctimas como los profesores de unas necesidades
educativas que desbordan a ambos. Antes la familia tenía más tiempo para
inculcar unos criterios y, como subraya Eulalia Vaquero, presidenta de la
Confederación Estatal de Asociaciones de Padres de Alumnos (CEAPA), «antes
la sociedad tenía unos valores muy homogéneos, que eran más fáciles de
transmitir a los hijos». Hoy las cosas son mucho más complejas, y las fuentes de
información, inabarcables. «Los roles se transmiten no sólo a través de los padres
y maestros, sino también por los medios de comunicación y las nuevas
tecnologías. No podemos controlarlo», insiste Vaquero.

Reconoce un cierto desencuentro con los maestros. «Es verdad que cada vez le
pedimos más a la escuela. La responsabilizamos de nuestras carencias como
padres. Pero hay que pensar que hoy en día es el lugar donde más tiempo pasan
los chavales y valdría la pena plantearse una reforma porque no hay marcha atrás
en este proceso».

«La escuela», prosigue la representante de los padres, «tiene que responder a las
necesidades de la sociedad, no sólo de la familia. Tendrá que asumir otros
servicios sin pedir más a los maestros. Y no estamos hablando de aparcamientos
de niños, sino de lugares de convivencia. Tiene que haber mucha más implicación
social y política con la docencia que se imparte en la escuela. Ya es hora de
invertir dinero y tiempo en un debate sobre lo que debe ser la escuela a partir de
ahora», invita Eulalia Vaquero, presidenta de la CEAPA.

 

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